domingo, 18 de abril de 2010

El Pernales

(1879- 1907)

Francisco Ríos González, más conocido como “El Pernales”, nació en Estepa (Sevilla) el 23 de julio de 1879. Fue pastor en su infancia pero pronto se hizo bandolero, destacándose por su violencia y dureza. De ahí el apodo que le pusieron los andaluces, que es la contracción de la palabra “pedernales”.

No recibió educación alguna y se dedicó con su padre al oficio de cabrero. Fue precisamente con éste con el que cometió sus primeros robos. En uno de ellos la Guardia Civil les sorprendió y el Sargento Padilla de un culatazo con de su fusil mató al progenitor. El muchacho emprendió decidido el camino de la delincuencia, uniéndose a la partida de su tío "El Sorniche", de quien se contaba que era su verdadero padre, y a quien no tardaría en superar en fama.
Las primeras actuaciones de esta banda eran realmente crueles. Se dice que su primer delito a mando de este grupo consistió en asaltar el cortijo de Cazalla, en el que robaron a su propietario y los tres miebros violaron a su esposa.

Desarrollo su actividad en las campiñas de Córdoba y Sevilla, con numerosos secuestros y muertes por robo.

A pesar de todos sus antecedentes delictivos se casó por la Iglesia con María de las Nieves Caballero en 1901, con la que tuvo dos hijas. Pero “la cabra tira al monte” y “el Pernales” continuó robando y gastando el dinero en las tabernas. Al llegar a casa maltrataba a las mujeres cruelmente. Su mujer, harta de sus malos tratos, le abandonó con sus hijas. Francisco se queda sólo y muy a gusto. Los vecinos le odiaban y le evitaban.

Pero a pesar de ese oscuro pasado también fue considerado como un bandido generoso. Sirva como muestra esta anécdota: "El 22 de marzo de 1907 se metió, buscando refugio, en un cuarto habitado por una vieja; ésta, ignorando de quien se trataba, se puso a contarle sus penas: la iba a expulsar su propietario, a quien debía la suma de 300 pesetas. Sin decir una palabra Pernales salió, montó en su caballo, y se fue derecho a donde vivía el dueño, a quien, por la violencia, obligó a entregar 300 pesetas. Después volvió a casa de la pobre mujer, y le dio el dinero, diciendo simplemente: - tome para pagar su deuda.

En ocasiones las muertes eran consideradas por él mismo como ajusticiamientos. Este es el caso del asesinato del “Macareno”, encargado del cortijo de Hoyos (La Roda), de quien se rumoreaba había intentado envenar a los miembros de su banda preparándoles un arroz con arsénico. Murieron su tío y el compañero "el Chorizo y el Sarniche" (de quien se decía que era el auténtico padre del Pernales). Él logró salvarse y, recuperado, regresó para matar al tabernero acuchillándole lentamente hasta que se desangró. Después le entregó muerto a la Guardia Civil en espera de recompensa. Pernales no tenía piedad con quien le traicionaba como demostrara a lo largo de su carrera

El último bandolero popular fue Francisco Ríos, “el Pernales”, distinguido como caballista. Actuó éste ya en el siglo XX... Brujas, echadoras de cartas, damas enamoradas de la apostura del bandolero (una condesa), raptos y desafíos, rasgos de generosidad increíble, nada falta en la vida de Francisco Ríos para hacerle émulo de los bandoleros más románticos, según su historia. Poco después de haber hecho las paces con su novia murió acribillado a balazos en tierras de Alcaraz, con “el Niño”.

Francisco Ríos González es un bandido que roba, mata, trata mal a su familia, viola cualquier tipo de norma justa o injusta y es, en fin, según las investigaciones, llamemos de tipo histórico, un ser despreciable. Pero el Pernales (no digo Francisco Ríos) es otra cosa; el Pernales es un mito, una leyenda que el pueblo forja por una necesidad de tener héroes, alguien que lo redima de la injusticia, que le quite a los ricos para socorrer a los pobres. El Pernales es un héroe creado por el pueblo.

Es la continuación del héroe popular José María “el Tempranillo”, Diego Corrientes, Luis Candelas. Puede que el Pernales fuera un hombre de mala calaña, de inteligencia rudimentaria, poco agraciado físicamente. Pero eso es lo que menos importa.

Importan las acciones generosas, arriesgadas, valientes. Importa mucho más el mito que el personaje histórico que pudo ser. Quizá detrás de ese héroe popular se encierre toda una problemática social de la época, problemática económica, cultural e incluso filosófica: la filosofía de la pobreza y la riqueza.

El hambre, la miseria y los encuentros con la Guardia Civil, son constantes. De la banda del Pernales fueron Pedro Ceballos “el Pepino”, Antonio Mata “el Reverte”, Antonio Martín “El Niño de la Gloria” y “el Niño del Arahal”,

Su fama se extendió no sólo por Andalucía sino llegó hasta MadridAñadir imagen. Intentó huir a América con su nueva amante con la que tuvo una hija, pero no lo consiguió.

Durante años la Guardia Civil le acosó continuamente hasta que el trágico 31 de agosto de 1907, cuando contaba 28 años, fue sorprendido por el Teniente Haro y sus hombres mientras comía en un olivar de las Lomas de Villaverde, en la Sierra de Alcaraz, situada en las laderas del pico del Padroncillo, también llamado “Pernales” en memoria del bandolero con un compañero de su partida. Tras un tiroteo entre ambas partes los dos bandidos cayeron muertos.

Sobre su muerte se escribieron numerosos romances. He aquí algunos de ellos:

El ladrón de Andalucía. El que a los ricos robaba y a los pobres socorría. Lo mataron ahí, en el sitio que llaman “las Morricas”. Ese era un mal bicho. La Guardia Civil, tomando las señas del leñador. Toma un cigarro y un duro, del Pernales, que soy yo...
Pobrecico del Pernales, donde ha venío a morir. A la Sierra de Alcaraz, y por la Guardia Civil...”


Antidio Molina: “El treinta y uno de agosto de mil novecientos siete, en la Sierra de Alcaraz le montan un gran piquete. En la provincia Albacete, en la Sierra de Alcaraz, donde matan a “Pernales” también al “Ñiño del Arahal”. Cruzaban la cordillera, la Sierra el Guadalimar, para marchar a Valencia y a América a embarcar. “Pernales” iba delante, primero al suelo cayó y le contesta el “Arahal” la culpa es del pastor.

José García Lanciano escribiría también: “... a los muy pocos momentos Pernales al suelo caía, los cadáveres en un carro a Bienservida los conducían. El pueblo entero lloraba con mucha pena y dolor, de ver a los dos bandidos cruzados en un serón. Y por toda la sierra de oído a oído, de boca en boca, corría este cantar: Ya mataron al Pernales ladrón de Andalucía, que a los ricos los robaba y a los pobres socorría”.


Tanto el Pernales como este ultimo fueron muertos por la Guardia Civil en la Sierra de Alcaraz (concretamente en la localidad albaceteña de Villaverde de Guadalimar), en su huida hacia Valencia para emigrar a América, ambos bandoleros se encuentran enterrados en esta localidad y como cosa llamativa os puedo decir que nunca faltan flores en sus tumbas.

Juan Caballero "el Lero"

(1804-1875)


Nació el 23 de agosto de 1804 en Estepa. En esta ciudad sevillana aún hoy se puede observar la torrecita de la calle Amargura, donde vivió un hombre que hizo fortuna guardando el dinero a los bandoleros, y las numerosas cuevas de las afueras de la población, en las que se refugiaban los perseguidos. Se comenta que el apodo de “Lero” le viene de la infancia. Siendo un bebé su padre le preguntaba con frecuencia ¿cómo te llamas?, y añadía posteriormente: ¡caballero!. La repetición de esta palabra debió motivar que cuando el pequeño empezó a balbucear sus primeros vocablos, si alguien le preguntaba ¿cómo te llamas?, él repetía, con esa peculiar y característica “lengua de trapo”: ¡lero!.

Como la de todos los jóvenes de la época, su adolescencia transcurrió dedicado a las labores del campo. Se casó con una joven llamada María Fernández el verano de 1827. En ese momento no debía imaginar que tan sólo un año más tarde se pondría al frente de una partida de bandoleros. Por cierto... jamás se supo cual fue el verdadero motivo que le impulsó a echarse al monte.

El caso es que, a pesar de ser un bandolero temido y respetado, sus fechorías habitualmente hacían honor a su apellido. Como ejemplo les expondré un par de las innumerables anécdotas en las que estuvo involucrado:

Durante una persecución a la que se vio sometido por parte de un pelotón de soldados, el cadete que estaba al mando montaba un caballo tan magnífico como el del bandolero. Al tiempo de comenzar la carrera sólo el perseguido y el Mando militar se encontraban en ella. Al cruzar un río “el Lero”, conocedor de la zona, supo dar el impulso necesario al corcel que montaba para rebasar el obstáculo. No ocurrió así con el cadete, cuya montura cayó arrastrándole al suelo y golpeándose en la cabeza. Juan Caballero, lejos de desentenderse y huir de su perseguidor, se aproximó y recogió al soldado que estaba inconsciente y malherido. Lo trasladó a una venta cercana para que fuera atendido. Cuando el soldado recobró el conocimiento el bandolero, sonriente, le dijo: - “No lo maté a osté, señor cadete, porque es osté un valiente. Aquí estará bien atendío”. Acto seguido se marchó del lugar.

También se comenta que durante una cena, que estaba celebrando toda la partida en una venta, irrumpió un anciano haraposo. Uno de los bandoleros, animado por el buen vino, reprochó al abuelo la perturbación de la comida. El hombre dijo que sólo quería un poco de aceite para el candil, para poder alumbrar el cadáver de su hija que acababa de morir. “El Lero” ordenó al ventero que le diera al viejo todo lo que necesitara. Después añadió: - “Tú, buen viejo, ve pa tu casa. Después iremo nosotro a darte compañía”. El bandolero hizo honor a su palabra y después de cenar él y toda su cuadrilla acudieron a casa del anciano para acompañarle en el velatorio.

Las correrías y atracos de la partida de “el Lero” fueron incesantes. Y a éstas se unieron las de otras partidas de bandoleros que asolaban la zona sur de Andalucía. Hubo un momento en el que la presión de los bandoleros en la política local de aquella zona fue tan importante que comenzó a preocupar seriamente a la monarquía, en ese momento representada por Fernando VII. El Rey comisionó al General Manso para parlamentar y pactar una solución viable con los capitanes de determinadas partidas de bandoleros. La primera llamada a negociar fue la de “el Lero”. Al líder se le planteó el perdón individual a cambio de entregar al resto de su grupo. El bandolero no titubeó un solo momento en su respuesta: - “Zeré un bandoero, pero no un traídó”, aclarando que si querían negociar el perdón éste debía ampliarse al resto de su partida.

Tras comunicar las condiciones del bandolero al Monarca éste indicó el General un nuevo ofrecimiento. Juan Caballero y todos sus hombres serían indultados si facilitaban la captura de otras dos partidas, concretamente la de José María “el Tempranillo” y la de José Luis Germán “el Venitas”. La respuesta de “el Lero” fue clara y contundente: - “¡o tos o nenguno!”. Seguramente el Monarca y el General debían desconocer que Juan Caballero era el padrino de uno de los hijos del “Tempranillo”.

Manso regresó a Madrid y transmitió la respuesta al Rey. El mes de agosto de 1832 Fernando VII no sólo firmaba una Real Orden por la que se concedía el indulto a las tres cuadrillas de bandoleros citadas si no que, a cambio del compromiso de vivir pacíficamente, todos los indultados podrían conservar legalmente los bienes obtenidos en sus fechorías. Fue una gran victoria para Juan Caballero, que en ese momento contaba con 29 años.

A pesar de haber apaciguado la actividad delictiva en las tierras andaluzas, la concesión del Monarca motivaría que la prensa de la época, con vehemente sensacionalismo, criticase la decisión publicando que el Rey “se había doblegado” ante un bandolero.

En cualquier caso lo cierto es que hubo una auténtica reinserción social, hasta el punto de que Juan Caballero PENDIENTE COMPROBACION fuera nombrado Comandante del Escuadrón Franco de Policía y Seguridad de Andalucía, organismo destinado a finalizar con el bandolerismo andaluz. En esta misma Unidad figuró también "el Tempranillo", quien halló la muerte en el desempeño de esta actividad.

Con el perdón a sus espaldas regresó nuestro personaje a su Estepa natal. Lo primero que hizo fue celebrar, de una vez por todas, la velación de su matrimonio.

Integrado como un vecino más Juan Caballero participó activamente y como devoto en la procesión de la Virgen de los Remedios, “la Virgen de los Bandoleros”, como la denominaban los salteadores. Como ya se ha apuntado en el relato anterior la devoción procesada por los bandidos a esta imagen era importante. En los desfiles procesionales podemos observar al lado de la sortija donada por “el Vivillo” la ofrecida por Juan Caballero.

Como sí ocurriera en la persona de otros bandoleros ya conocidos, en “el Lero” no hubo “impulsos nostálgicos” de regresar a sus antiguas fechorías. Desde el primer momento del indulto su vida transcurrió plácida en su Estepa natal.

El día 01 de abril de 1875, con casi 81 años de edad, un flemón difuso consiguió lo que no hicieran las balas de los Migueletes ni las navajas de sus oponentes. Esta extraña enfermedad acabó con la vida de quien entre sus convecinos fuera considerado como un héroe.

De Juan Caballero, como de otros tantos bandoleros, aún perdura el recuerdo. Un personaje que en más de una ocasión afirmara, y demostrase, - “soy Caballero de apellido y caballero de condición”. En Estepa se conserva todavía su casa, en cuya puerta aún se pueden leer sus iniciales.

El libro autobiográfico escrito antes de su muerte titulado “Historia verdadera y real de la vida y hechos notables de Juan Caballero, escrita a la memoria por él mismo”, tuvo una edición crítica, prologada y anotada por el miembro de la Real Academia de la Historia José María de Mena. En 1987 se publicó en la revista “TÓTEM del cómix” un especial denominado “BANDOLERO”, que contaba de 57 páginas. En el mismo se narraba las aventuras de Juan Caballero, basadas en el libro autobiográfico del mismo.

Jaume "el Barbut"

(1783-1824) El bandolero alicantino

Jaime José Cayerano, quien más tarde sería conocido como “Jaime el Barbudo”, nació el 26 de octubre de 1783 en la alicantina localidad de Crevillente. Ese mismo día sus padres, Jaime Alfonso y María Antonia, deciden bautizarlo en la parroquia de Nuestra Señora de Belén.

Sus progenitores, trabajadores campesinos, se preocuparon de que Jaime tuviera una educación que simultaneaba con su quehacer como zagal de ovejas. Al término de cada jornada dedicaba unas horas a estudiar bajo la dirección de un clérigo de Crevillente cuyo nombre se desconoce. Al llegar a la mocedad es contratado como guarda para custodiar unas viñas en la vecina localidad de Catral.

Pero un día la fortuna (mala en este caso) quiso que Jaime sorprendiera en la viña de su cuidado a un merodeador. Al recriminarle su presencia se desató una discusión en la que el intruso esgrimió una navaja contra Jaime. En la pelea resultó muerto el agresor. El hombre se traslada a Crevillente, donde informa a su familia de lo ocurrido. Todos, aún reconociendo que había procedido en su legítima defensa, le proponen que se marche del lugar lo más pronto posible, ya que la justicia en el reinado de Carlos IV no infundía muchas garantías. Mientras tanto el dueño de la viña (y alcalde de Catral,) descubría el cadáver. Al comprobar la ausencia del guarda sospechó de él y lo denunció ante las autoridades como presunto autor del homicidio. Inmediatamente se puso en movimiento con un contingente de Fuerza Armada hacia Crevillente, con el propósito de detener a Jaime.

Avisado por amigos huye, pero en un paraje se enfrenta a sus perseguidores utilizando el trabuco que tenía para defender la viña, y del que iba provisto. Los mantiene a raya aunque resulta herido. Finalmente logra huir del lugar gracias a la intervención de una partida de bandoleros capitaneados por los “Hermanos Mújica”, que habían presenciado el enfrentamiento. Los bandidos le dan cobijo y cuidados hasta su total restablecimiento. Y como aquél no se afeitó en todo este tiempo su rostro se cubrió de una tupida barba, por lo que todos comenzaron a referirse a él como “el barbudo”.

Una noche se presenta en el domicilio de su antiguo patrono para explicarle todo cuanto había sucedido. Le rogó que interviniera cara a las autoridades para que se comprobara que actuó en legítima defensa. La respuesta del alcalde fue: “te he contratado para que vigilaras mi viña, no para matar a quien allí entrara”. Ante estas palabras Jaime sacó la navaja que portaba y le ordenó que le entregará el dinero y las joyas que hubiera en la casa. Cuando tenía el botín en su poder le dijo: “por haber procedido así salva usted la vida, pero como recuerdo del desamparo en que me coloca ante la sociedad le voy a señalar". Acto seguido, y de un fugaz movimiento, le realizó un corte con la navaja en la mejilla izquierda.

Jaime volvió a Crevillente y entregó todo el dinero a su esposa. Las joyas, por el contrario, las dio a los “Hermanos Mújica” en prueba de gratitud. Tras ello quedó incorporado a la partida.

Pero los “Hermanos Mújica” eran hombres excesivamente crueles en sus fechorías, que no en pocas ocasiones fueron censuradas por “el Barbudo” negándose a participar en ellas. En una de estas discusiones Jaime se enfrenta a los Mújica y la mayoría de los hombres se ponen de su lado, originando un enfrentamiento en el que resultan muertos dos de los hermanos y el tercero huye. Jaime es proclamado capitán por sus compañeros.

Por aquella época reina en España José Bonaparte (“Pepe Botella”) mientras que Fernando, en Francia, halaga servilmente la ocupación de nuestras tierras por Napoleón. Y “el Barbudo” no estuvo de brazos cruzados. Un día se comprometió con los guerrilleros de Orihuela a entregarles un destacamento francés que se dirigía a la ciudad. Solo y vestido de huertano salió a su encuentro y con engaños consiguió llevarlos a un ventorro próximo. Una vez allí invitó a los soldados a beber vino previamente narcotizado. Tan pronto como la droga hizo efecto los desarmó y amarró, no sin antes robarles cuanto llevaban encima.

A partir de entonces interviene en innumerables guerrillas, especialmente en los términos de Calasparra y Hellín, y causa grandes bajas al ejército francés. El 9 de enero de 1812 la ciudad de Valencia, mal defendida por el general Joaquín Blake, capitula y se rinde al general francés Suchet. Para consolidar su posesión el Mando galo envía refuerzos a la metrópoli. La columna remitida disponía de carros muy grandes y pesados que, más lentos, se iban quedando rezagados al final. Al llegar al río Vinalopó se reunieron todos para elegir el lugar de vadeo más apropiado. Éste fue el momento aguardado por «el Barbudo» que, en unión de su gente, cayó sobre ellos. Tras asesinar a los conductores, y a los pocos soldados que les escoltaban, se apoderaron de los vehículos y carga­mento. Sin suministros ni municiones, la presencia de las tropas en Valencia fue más bien estéril.

La lucha guerrillera continúa y “el Barbudo” sigue acaparando triunfos hasta que, hallándose ya aquellas tierras libres de franceses, disuelve su partida y retorna a Crevillente. Era el 28 de julio de 1813. A su llegada al pueblo el alcalde le comunica que el general Francisco Javier Elio ha ordenado el sobreseimiento del caso de la muerte de la viña, como recompensa a los valiosísimos servicios prestados en defensa de la Patria. En unión de su esposa e hija inicia una nueva vida. Lo primero que hace es afeitarse la barba.

Pero la placidez de una vida tranquila no le seduce. Sin poder reprimir por más tiempo sus impulsos, en 1815 reorganiza a su gente. Su nueva partida queda constituida por lo más “se1ecto” de la anterior. Como teniente figura “el Pascualet” y los bandoleros: “el Tablones”, el “Caga Doblones”, el “Brosso”, el “Estudiante”, el “Mico”, el “Moya”, el “Perlito”, el “Jumillano” y el “Pollo”. Comienza su actividad asaltando a mercaderes que concurren a la Feria de Orihuela. Se decreta su persecución y se ofrece la seductora recompensa de tres mil duros por entregar a Jaime vivo o muerto. A pesar de la merma que supuso la importante suma de dinero ofrecida por él, el Barbudo se mantiene al frente de los suyos unos años más.

Un día recibió una citación un tanto misteriosa de sus amigos los absolutistas. En la misma se le convoca a una reunión de carácter privado que ten­dría lugar en el Ayuntamiento de Murcia. Confiado, acudió con puntualidad a una previsible trampa en la que fue de inmediato apresado.

Fue juzgado y condenado a morir en la horca. El patíbulo se levantó en la plaza de Santo Domingo. Era el 20 de junio de 1824 y el cadáver de “el Barbudo”, en cumplimiento de la sentencia, fue descuartizado en cinco partes (cabeza, brazos y piernas), enterrándose el tronco. Los pedazos, una vez fritos en aceite, quedaron expuestos a la contemplación de las gentes en distintos lugares de la región para “escarmiento público”.

Curro Jiménez

La verdadera Histria del Barquero de Cantillana

Seguro que en más de una ocasión se han planteado si realmente existió Curro Jiménez, el protagonista de la popular serie televisiva aparecida en el año 1978, y a quien dio vida el actor Sancho Gracia. Espero no decepcionarles al descubrir que, si bien es cierto que existió un bandolero cuyo nombre corresponde al de “Curro Jiménez” (aunque fue popularmente conocido como “el Barquero de Cantillana”), no son ciertas todas y cada una de las anécdotas que la serie hizo suyas. La historia de un personaje elegido al azar fue escrita con lances y pasajes de la vida de distintos bandoleros. Prueba significativa de ello es que el verdadero Curro (o “Frasquito”, como es probable que también le conocieran) no puede ubicarse en la Guerra de la Independencia, y por tanto enfrentarse a los franceses, ya que no nació hasta 1820.

Su nombre completo fue el de Francisco Antonio Jiménez Ledesma y nació en el municipio de Cantinalla (Sevilla). Era el único hijo de una familia que se sustentaba de los dineros que el padre obtenía en su profesión de barquero, transportando mercancías y pasajeros en una barca que atravesaba el Guadalquivir desde Cantinalla hasta Sevilla.

(Debo señalar que hay autores que identifican a nuestro protagonista como Andrés López Muñoz, tratándose de la misma persona. Todo es probable en este personaje mitad historia mitad leyenda.)

Aunque Curro ayudaba a su padre en el oficio, la débil salud de éste forzó que D. Antonio, el alcalde, pusiera a otra persona a cargo de los remos. El muchacho, un zagal de diecisiete años, se convirtió entonces en el único sostén de la familia, dedicándose a todo tipo de labores en el campo.

No pasaría mucho tiempo antes de que su padre muriera y Curro reclamara al alcalde el puesto de barquero. Pero éste ya había adjudicado la barca a otra persona. Curro prometió vengarse de tan manifiesta injusticia. Su audacia sólo sirvió para que, por temor a las posibles represalias del edil, todos en el pueblo le negaran un empleo cuando el joven comenzó a buscar trabajo.

Con 18 años cometió la osadía de enamorarse de María, la joven prometida de Enrique, hijo del alcalde. Esta nueva temeridad le costó una tremenda paliza, con el resultado de varios huesos rotos, a cargo del mentado Enrique y dos de sus primos. A pesar de que se abrió un proceso por la agresión, la influencia del alcalde hizo que los acusados fueran absueltos de sus cargos. Y la venganza no se haría de esperar. Una mañana de domingo Curro se dirigió a casa del regidor donde, de mortales navajazos, acabó con las vidas de Enrique y sus dos primos. Después huyó y se escondió en la sierra. Había nacido un bandolero.

La primera aparición de la banda de Curro Jiménez fue en Cantillana, a la muerte de la madre de Curro. El bandido, considerando a D. Antonio responsable del fallecimiento, prendió fuego al cortijo donde éste almacenaba la cosecha anual. El edil consiguió que los alcaldes de varios municipios de la comarca solicitaran ayuda al gobernador de Sevilla, quien organizó diversas partidas de Escopeteros para capturarle. Ninguna tuvo éxito. En pocos meses la banda del “Barquero de Cantillana” se hacía famosa. Entre sus miembros destacaban “el Mochuelo”, “el Malos Pelos”, “el Guindilla”, “el Zurdo” o “el Algarrobo”, entre otros.

Y parece ser que María, la primera pretendida de Curro, y personaje principal en el comienzo de la vida delincuencial del mismo, nunca más se cruzó en su vida. Así el corazón del bandolero quedaba libre para ser ocupado por Amparo, sobrina del alcalde de La Algaba (resulta curiosa la poderosa atracción que los bandoleros ejercieron sobre las mujeres, sobre todas las de buena posición) y uno de los más encarnizados perseguidores de Curro.

La pareja se estuvo viendo hasta que el tío de la joven se enteró. Entonces ofreció una espectacular recompensa para quien presentase al bandolero vivo o muerto. Esta situación sólo sirvió para que la mujer se marchara con Curro al cortijo de Las Cañas, guarida de la banda. Pasado un tiempo, y temiendo por la seguridad de la dama en el cortijo, ésta se ocultó en Burguillos, en casa de Dolores Muro, una parienta del padrino de Amparo.

Pero lo que “el Barquero” ni Amparo podían prever era que Dolores se enamorara del proscrito. Y pasaron los días y las visitas del hombre a su amada hasta que una noche Dolores le declaró su amor. Curro la rechazó y en venganza la resentida mujer envenenó a la joven. Si el amor por Amparo estuvo a punto de regenerar al bandolero, la muerte de ésta forzó que su agresividad se duplicara. “El Barquero de Cantillana” se convirtió entonces en uno de los criminales más sanguinarios de Andalucía.

Meses más tarde llegó a oídos de Curro que una nueva banda estaba cometiendo numerosos robos en la comarca, y que todos ellos le eran falsamente atribuidos a la suya. Averiguó que el grupo estaba encabezado por el alcalde de Posadas y un acaudalado terrateniente de esa población. Como venganza, y tras tenderles una trampa, los dos hombres fueron ahorcados en la misma fachada del Ayuntamiento de Posadas, no sin antes hacer suyos unos documentos que poseía el primer edil en los que se indicaba el nombre de los miembros de la partida que estaba cometiendo los robos en nombre de la banda de Curro.

Tras peligrosas gestiones el Barquero de Cantillana consiguió entrevistarse con Jaime de Almirola, Gobernador de Sevilla y, tras unos minutos de “convincente negociación”, consiguió que éste publicase la lista de la banda, entre cuyos nombre se encontraba el de Juan de Guzmán, alcalde de La Algaba. El edil, tras salir airoso de las acusaciones contra él vertidas tras el aireamiento de la lista, crea una nueva partida de 25 miembros para la captura del bandolero. Al frente de la misma pone a “Matasiete”, un temido matón a sueldo.

Pero la confianza en su número, y en el supuesto factor “sorpresa” para la captura, les hizo olvidar el entramado de espías de que disponía “el Barquero”. Los hombres de Curro Jiménez tendieron una emboscada a sus perseguidores, propiciando el mayor crimen de la banda al asesinar a la totalidad de la partida. Tras ello no pasaría mucho tiempo antes de que el alcalde de La Algaba terminara sus días colgado de la rama de un olivo.

La mañana del día 01 de noviembre de 1849, y tras más de tres meses de ocultación en la Sierra de Cazalla, “el Barquero” decide hacer una visita a la venta de su compadre Juan Galindo. Allí, un buhonero atraído por la fuerte recompensa que daban por Curro, delató su presencia a la Guardia Civil. Poco después numerosos agentes rodeaban el cortijo esperando la salida del bandolero. Al romper el día y a lomos de “Pantalones”, el caballo alazán que tantas veces le había salvado la vida, el bandolero salía de la venta.

En esta ocasión el galope de su montura no fue lo suficientemente veloz. El animal sería el primero en caer al suelo mortalmente herido. Aparapetado detrás de un árbol, y tras una brava resistencia en la que provocó algunas de las primeras bajas en el recién creado Cuerpo de la Benemérita, Francisco Antonio Jiménez Ledesma, alias “el Barquero de Cantillana” y popularmente conocido en la actualidad como “Curro Jiménez”, moría abatido a tiros. Fallecía a la temprana edad de 29 años y de la manera que el novelista Fernández y González apostilló en su obra: “Murió en carácter, como deben morir los valientes: vestido, calzado y sin sacramentos”.

Diego Corrientes

(1757-1781) El bandolero generoso

Diego Corrientes Mateos fue el primero y posiblemente el más expresivo de todos los bandoleros andaluces. Nacido en Utrera (Sevilla) el día 20 de agosto de 1757, comenzó sus andanzas allá por el año 1778, centrando su actividad en las provincias de Sevilla y Badajoz. Se dedicó preferentemente al robo de caballos y yeguas para, más tarde, venderlos en Portugal. Se dice que ideó un particular sistema de sustracción, trasladando y cambiando los caballos de un cortijo a otro. De esta manera aceleraba la huída y agotaba las monturas de sus perseguidores, ya que evitaba el tiempo obligado de descanso de los animales. Lógicamente los sementales que finalmente se apropiaba eran los de la última finca. Los equinos sustraídos eran trasladados a Portugal, a una dehesa que poseía. Allí esperaban hasta encontrar comprador.

La clave de su éxito se mantuvo, básicamente, en la habilidad para burlar a sus perseguidores. Decía a los más humildes que robaba a los ricos para después dar a ellos lo robado. De esta manera se ganaba su simpatía y así garantizaba el silencio y complicidad para no ser descubierto. El padre Luis de Coloma, en su obra “Recuerdos de Fernán Caballero”, describe a Diego Corrientes como “un hombre en la plenitud de su vida, de hermosas facciones y cuerpo robusto; dotado de esa elegante flexibilidad que tan airosos hacen a los campesinos andaluces”. Con respecto a su vestimenta se reconoce que lucía impecable “uniformidad” de bandolero, ataviado con todos los elementos que caracterizan tan ilícita ocupación y como arma gustaba utilizar de un trabuco corto de ancha boca, conocido como “naranjero”.

Debido a la popularidad que Diego iba alcanzando entre la población, el Gobernador de Sevilla, Don Francisco de Bruma y Ahumada, pone en el 1780 todos los medios disponibles para la captura del bandolero. Aunque tan sólo se verían en un par de ocasiones, Diego tenía un poderoso enemigo conocido por los sevillanos de la época como “el señor del gran poder”. Se supone que por la influencia que el mismo tenía en la Corte.

Sobre esta descrita animadversión se dice que tuvo su origen en el primer encuentro entre Diego Corrientes y Francisco de Bruna, cuando el primero atracó el carruaje en el que viajaba el funcionario en “La Torre”, cerca de Utrera. Probablemente fue la serenidad que caracterizó al bandido durante toda la situación o quizá la osadía apreciada y la humillación sentida por el Gobernador cuando Diego, colocando su bota en la ventanilla del carruaje, le obligó a atarle la cordonera. Sea como fuere esta circunstancia desató su ira y sed de venganza, ya que la segunda y última vez que se vieran sería en la cárcel de Sevilla, detenido Diego, y a pocos días de su juicio y ejecución. Este encuentro también es relatado en la obra del sacerdote citado anteriormente.

Es curioso y de destacar las importantes sumas de dinero que se prometía por la entrega de Diego Corrientes (hasta doscientos mil ducados), un bandolero sobre el que no pesaba un solo crimen de sangre. De hecho sobre el mismo se llegaría a decir: "Roba a los ricos, socorre a los pobres y no mata a nadie". Poco erraríamos al suponer que su implacable enemigo tenía algo que ver.

Y no pasó mucho tiempo antes de que su partida de bandoleros fuera apresada y ejecutados sus miembros en Sevilla, obligando a Diego a huir a Portugal. Y hasta allí le persigue el humillado Gobernador.

Utilizando toda su influencia dispuso una formación de 20 soldados vestidos de paisano pertenecientes a la “Compañía de Escopeteros de Sevilla”, al mando del teniente D. José de Puértolas. Esta Unidad fue reforzada por una compañía de infantería portuguesa, al frente del capitán Arias, con la que se internó en Portugal. Y allí, sin la complicidad y la simpatía de los lugareños que hasta entonces le habían protegido y apoyado en nuestro país, el “bandolero generoso” no tardaría mucho en ser localizado en las proximidades de “Pozo del Caño”, en Olivenza.

Tras una brava resistencia, y sin munición, Diego es apresado. Fuertemente custodiado es trasladado a la cárcel de Badajoz para, posteriormente, ingresar en la de Sevilla, donde esperó a ser juzgado el día 25 de marzo de 1781.

Sobre los pormenores de la detención sólo decir que “el Poder manda sobre la Justicia” y el de Francisco de Bruna era tan grande como el odio que sentía hacia Diego Corrientes. El 17 de junio de 1999 un artículo aparecido en “El Correo de Andalucía”, y firmado por el jurista José Santos Torres, confirmaba la irregularidades sufridas en la extradición de Diego Corrientes por parte de la Justicia portuguesa.

Celebrado el juicio en la ciudad del Guadalquivir Diego Corrientes fue condenado por sus fechorías, según dictaba literalmente la sentencia, a “ser arrastrado hasta el patíbulo, ahorcado y descuartizado, exponiéndose sus despojos por los caminos”.

El 30 de marzo (festividad de Viernes Santo) de 1781se cumplió la sentencia. La ejecución se llevó a cabo en la Plaza de San Francisco de Sevilla. Posteriormente su cuerpo se trasladó a la Mesa Real, cerca del Puerto de Carmona. Esta “mesa” consistía en una construcción plana donde los reos eran degollados y que no fue destruida hasta 1932. Tal como señalaba el ordenamiento judicial sus restos mortales (brazos y piernas) fueron colgados en ganchos y expuestos a modo de escarmiento en los caminos de mayor tránsito de la provincia de Sevilla. Su cabeza fue exhibida en una jaula en el mismo lugar donde obligó a Francisco de Bruna a abrocharle la bota. El tronco fue enterrado en la parroquia de San Roque el mismo día de su ajusticiamiento.

José Santos, estudioso español citado anteriormente, en su libro titulado “Diego Corrientes”, publicado a partir de los pliegos de cordel que cantaron su vida, hazañas y muerte, dice que “la musa popular” o el que fuera conocido como “el bandolero generoso”, recogió y trasmitió el mito de la generosidad. Esta leyenda puede quedar plenamente reflejada en una de las muchas coplas que le brindaron. Sirva como ejemplo ésta, sacada del drama de Gutiérrez de Alba, que dice: “Yo soy aquel que a nadie temía. Aquel que en Andalucía por los caminos andaba. El que a los ricos robaba y a los pobres socorría”.

La vida del personaje de este mes también fue llevada al cine. De la mano del director Antonio Isasi, la película “Diego Corrientes” se estrenó en 1959.

Luis Candelas

(1806-1037)

Era el Don Juan de los arrabales: bien parecido, nariz poderosa y dientes blancos. Compartió amante con Fernando VII. Sus contactos con la Corte le permitían salir de la cárcel. Tenía doble personalidad: indiano adinerado de día, truhán de noche. Fue condenado a muerte, acusado de más de 40 robos.
Aunque la imaginería afrancesada presente a Luis Candelas con los avíos propios del bandolero de Sierra Morena, pertenece por completo al ámbito de la delincuencia urbana, área de Madrid. Su popularidad y su majeza han llevado a muchos a imaginarlo al frente de una partida de bandoleros, todos con catite, trabuco y punta de veguero en la zona siniestra del belfo, avizorando en la lejanía a una diligencia que se interna desprevenida en Despeñapperros. No hay tal. Candelas y su banda eran de extracción genuinamente gata, material del Foro, madrileños del Avapiés, que es como decir el alma de la capital de España. Y si bien con este príncipe del latrocinio puede decirse que la delincuencia ibérica abandona la tradición del merodeo por mercados facilones y por usureros en quienes un robo es casi justicia, instalándose plenamente en la modernidad, es también cierto que el personaje estuvo a la altura de su época y de su leyenda.
Nació en 1806, en una carpintería, hijo tercero de un matrimonio como el de Nazaret, aunque con el marido más cerca de San José que su cónyuge de la Virgen María. Vivían sin agobios y con cierto rumbo dentro de la idiosincrasia del barrio, así que lo desasnaron mandándolo a los Estudios de San Isidro, pero se dice, ahí empieza la leyenda, que a cierta bofetada de un clérigo que le daba latines respondió Luisito con dos, bofetones eminentemente laicos, y fue expulsado del colegio en represalia. Siguió siendo, sin embargo, bastante buen lector y aplicó la técnica folletinesca a su obra y a su vida, que son una misma cosa en el delincuente profesional.
Robó pronto, robó mucho y era un jaque de postín, pero tenía el prurito de no despenar al prójimo y no hacerle daño más que en la bolsa. Corrían los tiempos de Fernando VII, y esa lenidad en el castigo estaba muy mal vista, así que tenía que alternar la piedad con los robados y la de Albacete con los que pedían sangre. Un par de duelos triunfantes dejaron a Luis Candelas en un puesto indiscutido dentro del escalafón de amigos de lo ajeno. Bien parecido, con nariz poderosa, dientes blancos y tirando a cuadrado a pesar de no ejercer oficio de esfuerzo físico, era el Don Juan de los arrabales, el Casanova de la chulapería.
Tres mujeres marcaron la vida de nuestro personaje, que en el cheli de Avapiés podrían haberse llamado La Víctima, La Traviata y La Ruina. Ruinosa fue la última, que le llevó con dengues al cadalso. Víctima, la única legítima, Manuela Sánchez, con la que se casó en un Carnaval y a la que abandonó en Navidades en mitad de Zamora y con una nevada tremenda, todo en 1827. La extraviada que lo orientó se llamaba Lola y era hija de una hembra muy pública del barrio llamada La Tirazones. Había concebido a Lola fuera del matrimonio aunque no de la Iglesia, porque fue con un clérigo. Lola anduvo con un aguador de la Fuente del Berro llamado Perico Chamorro, que con el nombre de don Pedro Collado acabó de íntimo de Fernando VII, y éste de Lola. Como vendía naranjas le llamaban La Naranjera. Y el novio de su amiga Paca, que era Candelas, también degustó el cítrico, aunque en secreto.

Era aquel Madrid de los años 20 del siglo pasado un hervidero de intrigas políticas, liberales contra absolutistas, constitucionales contra fernandinos, aristócratas y militares confraternizando con la delincuencia; la gente del bronce, en fin, a medias con el clero bajo y las camarillas de la Corte. Después del Trienio Constitucional, ahorcado el infeliz Riego, huéspedes del garrote vil guerrilleros muy famosos y héroes civiles de la Guerra de la Independencia, instalada en la machacada España una inmensa guarnición francesa para cuidar las espaldas del tirano Fernando VII, se vivió durante una década, con razón llamada Ominosa, un terror político casi absoluto. La delación se convirtió en religión de pago y el exilio en vía de perfección al limbo.
Maestro en la graduación represiva, experto en amedrentar mucho con más crueldad en la forma que en el número, el Rey Felón se complacía en pasar las noches en los tugurios flamencos, conciliando la monarquía intangible con la liviandad mercenaria. Era uno de sus ministros secretos, destacadísimo en la Camarilla, el citado aguador Perico Chamorro, que procuraba al inquilino vitalicio del Trono mujeres de tronío para compensar los achaques del Rey, viejo prematuro y tan aparatosamente dotado por Venus como corto en su plenitud vital, que antes de los cincuenta era recuerdo.
Entre las amantes fijas del Rey se hallaba Lola La Naranjera, hembra de rompe y rasga, habitual de las tabernas del Cuclillo y Traganiños, que andaba enamoriscada de nuestro hombre. Esa vertiente tabernaria de la Corte le propocionó al ladrón amigos importantísimos que lo sacaban de la cárcel tan pronto entraba. Así escapó de la Cárcel de Villa cuantas veces quiso y hasta de una cuerda de presos camino de Ceuta, condenado a 14 años de presidio, en menos de 24 horas. Pero Candelas no era tonto y seguía las vicisitudes políticas. Veía a los liberales pasar del exilio al Poder y al patíbulo; y a los absolutistas, tragar y devolver la Constitución, así que decidió adaptar la doble vida del ladrón de guante blanco a las exigencias modernas de bipartidismo. Se fabricó una personalidad diurna y respetable, la de un indiano adinerado, don Luis Alvarez de Cobos,

Hacendista en el Perú, atildadísimo siempre, teñido de rubio, con las largas patillas convertidas en barbita apuntada y gafas doradas de concha. Decía pretender este caballero lo que tantos en la Corte, arreglar una herencia americana, y como liberal escondido se apuntó a una logia masónica. Lo normal.

Pero por la noche, cuando debía juntarse con los de su banda -Paco El Sastre, Baseiro y los hermanos Cusó-, salía por la puerta de atrás de su casa de la calle Tudescos, número 5, que daba a un callejón oscuro, convertido en el rey del hampa y ataviado para la ocasión: moreno, con patilla ancha y flequillo bajo el pañuelo adamascado, calañés, faja roja, capa negra, calzón de pana y calzado de mucho tirar. Ya no fingía acento de Lima sino que acentuaba el legítimo del Avapiés y pasaba de la Lola, la amante del Rey, a la Paca, su compañera de correrías, sin dejar de lado a una Doña Mari-Alicia, aristócrata ricachona y aventurera que a su vez era amante del donjuán de los conspiradores liberales, Don Salustiano Olózaga. En medio de tanta confusión de lechos es milagroso que la policía del siniestro Marqués de Viluma tuviera capacidad de dsitinguir a los enemigos del régimen, pero lo hacía. Así cayeron Olózaga y el librero Miyar, mientras el Rey decaía irreversiblmenete en su lecho legal, pero con ánimo de llevarse por delante a los que pudiera.

Ahí es donde Luis Candelas alcanza su punto de gloria. Encarcelado por sus cosas pero dueño de los pasillos de la cárcel, descubre a un escribano masón al que conoce de la logia, organiza con Mar-Alicia y José de Olózaga una conspiración al minuto y poco antes de que lo ahorquen, saca de la celda al condenado. A la puerta, Olózaga dice al ladrón que lo acompañe, pero Candelas se niega, porque ha dado palabra de quedarse dentro. Olózaga dice que no se va sin él; Candelas, que se queda. En la discusión sale una punta de carceleros que estaba jugando a las cartas y se lían todos a trabucazos en el patio de la cárcel. Olózaga salva su vida tirando monedas de oro a los esbirros mientras amenaza con la pistola y grita: -¡Onzas y muerte llevo!

Ante el argumento, todos ceden. Huye Olózaga y Candelas se queda en la trena, sólo un par de días. Ya es leyenda. Pero dos cambios acarrean su desgracia. Por primera vez se ha enamorado y de una niña bien, Clarita, de familia honesta, clase media, dispuesta a que la niña matrimonie con el indiano. Acaba yéndose con la niña y la familia a Valencia, pensando en cambiar de vida. Roba alguna joya para ir tirando o viaja a Madrid para algún golpe más serio. Mientras tanto, ha muerto el Rey y estalla la guerra carlista. Los liberales en el poder ya no tratan con delincuentes, los persiguen. Y Candelas comete dos atracos políticamente incorrectos: en apenas unas horas, asalta a la modista de la Reina en su taller, y al embajador de Francia y su señora en una diligencia. Orden de caza. Huye con Clara a Inglaterra, pero al llegar a Gijón, ella dice que no se embarca. Regresan a Madrid y allí lo detienen. Condenado a muerte por más de 40 robos y también como símbolo de la truhanería, el juez le pregunta si tiene que decir algo sobre la sentencia: -Sí, Señor Presidente. Que, aunque tardía, la encuentro muy puesta en razón.

Constancio Bernaldo de Quirós, en La Picota. Figuras de delincuentes, atribuye a Candelas en el cadalso el detalle de fijarse en que al verdugo le faltaba un botón del chaleco. Antonio Espina, autor de una biografía deliciosa a finales del primorriverismo, en el estilo de Gómez de la Serna, le adjudica esta última frase al pie del garrote y dirigida al respetable: -¡Patria mía, sé feliz!

Así pasó a tiempo a la Historia el más famoso de los delincuentes románticos. Un poco más y ajustician a un burgués que quería ser decente. Con 31 años, Luis Candelas andaba ya en coplas, donde ha quedado.

sábado, 17 de abril de 2010

El Tempranillo

(1805-1833)

"De Puente Genil a Lucena, de Loja a Benamejí, las mocitas de Sierra Morena se mueren de pena llorando por ti"...

Esta popular copla se cantaba cuando "Fernando VII era el rey de las Españas y José María "el Tempranillo" el amo de Andalucía". El bandolero impuso su dominio sobre la serranía durante una década ganándose el respeto y el temor que suscitaban su nombre y su leyenda... "cuando hace frente José María, tiembla la gente de Andalucía". Su generosidad con los humildes motivó que estos se convirtieran en espontáneos espías y confidentes, lo que le garantizó su pervivencia.
Y así comienza la leyenda de José María Hinojosa Cobacho, más conocido por José María, "el Tempranillo", aquel que naciera en Jauja, al sur de Córdoba, una aldea de Lucena a la orilla del Genil, el 21 de junio de 1805. De su niñez se sabe bien poco. Muy joven, las dificultades económicas por las que atravesaba su familia le obligaron a trasladarse a Montilla. A la temprana edad de once años su padre murió de un disparo, en un supuesto accidente de caza. Años más tarde supo que esa muerte no fue accidental y conoció a su asesino, un rico hacendado de la zona. Su venganza no se hizo de esperar. Escondido en el recodo de un camino esperó a la llegada de su víctima y la mató de un disparo. Tenía diecisiete años de edad.

Tras la muerte se ocultó en el cortijo conocido como "Monte Alto", dándole albergue una mujer llamada María Fuensanta quien, al contarle lo ocurrido, exclamó: - ¡Tempranillo has empesao... tempranillo!. Las visitas al cortijo y los encuentros con la joven se repitieron posteriormente. Esto cegó de celos a un gitano apodado "Chuchito", quien pretendía a la joven. Este enfrentamiento terminó en un duelo a navajas durante la romería de San Miguel, en el que "Chuchito" resulto herido de muerte. José María no había cumplido los dieciocho años y ya contaba con dos muerte en su haber. ¡Tempranillo había empesao... tempranillo!.

La búsqueda del bandolero fue decretada por el corregidor Pedro Aurioles. Éste, para forzar la entrega del "Tempranillo", mandó detener a María, su madre. Pero en contra de toda previsión José María secuestró a la hija del funcionario. Días más tarde el mandatario pondría en libertad a María a cambio de la entrega de la joven. A la edad de 22 años "el Tempranillo" era una leyenda viva.

Sobre su aspecto físico, una orden de captura dictada contra él en febrero de 1830 decía: "el tal Tempranillo es hombre de una estatura de cinco pies escasos, grueso y rubio. Tiene el labio superior un poco levantado y es alegre de cara". Otros autores añadieron que, al parecer, su cuerpo era algo desproporcionado para sus piernas, que estaban ligeramente arqueadas.

José María también pasó por la vicaría. Se casó con María Jerónima Francés, con la que tuvo su único hijo. La mujer fallecería durante el parto.


"El Tempranillo" tenía 26 años y la Real Audiencia de Córdoba ya ofrecía ocho mil reales "a quien lo entregue vivo o muerto". Sobre esta recompensa se cuenta anecdóticamente que José María se dirigió hasta el edificio del Gobierno Civil de Córdoba, acompañado de tres miembros de su banda. Pidió hablar a solas con el Gobernador argumentando que iba a descubrirle dónde se encontraba el buscado bandolero. Pidió al funcionario que le mostrase si realmente disponía del dinero. El Gobernador sacó de un cajón una bolsa que contenía la prometida cantidad. Entonces José María le contesto: -"Lo tiene delante suyo. Yo soy "El Tempranillo". Acto seguido le arrebató el dinero, lo amordazó y ató al sillón, huyendo por la ventana. Al otro lado le esperaban sus compañeros con los que huyó.

En 1832 la popularidad del bandido era tan grande en Córdoba que se hablaba más de él que de la grave enfermedad que afectaba al Rey, de la que fallecería un año después.

Sobre su fama no cabe la menor duda que contribuyó en gran manera su manera de actuar. Pero también que innumerables viajeros escribieran mucho y bien de él. Bernaldo de Quirós dijo: "José María es el gran inventor de la criminología del campo andaluz, estableciendo una evolución más refinada del bandolerismo. Procuraba eludir la violencia implantando la costumbre del tributo exigido al viajero de una forma casi cortés, ofreciéndole, en un caprichoso intercambio, la salvaguarda de su fuerza y su influencia para preservarle de las asechanzas de los demás bandidos de menor envergadura que pululaban por la tierra andaluza".

Merimée, en La Revista de París, escribió sobre "El Tempranillo": "cuando detenía una diligencia hasta daba la mano gentilmente a las señoras para que bajaran, cuidando incluso de que pudieran sentarse en el mayor confort a la sombra. Sus cumplidos no tenían par: "iAh!, señora -sustrayendo la sortija del dedo de una mujer-, una mano tan bonita, no necesita adornos. Y al mismo tiempo que desliza la sortija a lo largo del dedo, besará la mano con un ademán capaz de hacer creer, según la expresión de una señora española, que el beso tiene para él más precio que la sortija. La sortija la toma como por distracción, pero el beso se prolongará cuanto pueda. Otro escritor francés, el barón Davillier, escribiría treinta años después de la muerte del "Tempranillo": "era el auténtico modelo de bandido cortés y caballeroso''. Incluso el popular y tristemente desaparecido cantautor andaluz Carlos Cano entonaba estas coplas: !Qué maravilla, quinientos migueletes y no lo pillan. Lo buscan por Lucena y está en Sevilla! !Quién lo diría que un Rey manda en España! !Quién lo diría, cuando en la sierra manda José María!

Su fama llegó incluso a oídos de la Corte. La simpatía que profesaba el pueblo al bandolero era tal que el propio Rey Fernando VII llegó a la conclusión de que no había modo de acabar por la fuerza con "el Tempranillo". Así que ese mismo año de 1832 el monarca no sólo concedió el indulto al "Tempranillo" sino que le propuso crear, en unión de quienes le habían acompañado en sus fechorías, un escuadrón de caballería al que denominó "Franco de Protección y Seguridad Pública de Andalucía". José María, cansado de vagar por la serranía con temores y recelos, acepta, convirtiéndose en comandante de este grupo.

Conocedor de caminos y senderos frecuentados por los salteadores, el escuadrón del "Tempranillo" persigue sin descanso y detiene a cada vez más delincuentes.

Un año después, el 22 de septiembre de 1833, un bandolero sin historia ni leyenda, apodado el "Barberillo", hirió de muerte a José María en un enfrentamiento en el cortijo de Buenavista, en las inmediaciones de la sierra de la Camorra, junto a la población de Alameda. Moría la leyenda "viva", pero su recuerdo nunca pudo desaparecer.

Los restos mortales de José María "El Tempranillo" descansan en la iglesia de esa última población. Una lápida colocada en el suelo recuerda al visitante que "Aquí reposan los restos mortales del Comandante José María Hinojosa Cobacho, Jefe del Escuadrón Franco y de Protección y de Seguridad de Andalucía, muerto en acto de servicio el 22 de septiembre de 1883". Alguien se encargaría de añadir "Aquí yace el Rey de Sierra Morena".

Casi cien años después la vida y leyenda de José María Hinojosa Cobacho, alias "El Tempranillo", quedaba inmortalizada en la gran pantalla de la mano del director Carlos Saura en la película "Llanto por un bandido", protagonizada por el entrañable y ausente Paco Rabal.